sábado, 1 de mayo de 2010

TOMAR LO DOLOROSO COMO PLACENTERO

Tú dirás, "Puede que esas dos cosas sean verdad, pero no somos tan estúpidos como para confundir lo doloroso con lo placente­ro". Lo eres. Todo el mundo lo es, a menos que uno se vuelva perfectamente consciente. Has considerado muchas cosas que eran dolorosas como placenteras. Sufres el dolor y lloras y sollozas, pero sigues sin comprender que has aceptado algo básicamente doloroso y que no puedes transformarlo en placer.

Cada día acude gente a mí explicándome sobre sus relaciones de pareja. No me he encontrado con una sola de ellas que me haya dicho que su vida sexual es como debiera ser: perfecta, hermosa. ¿Qué ocurre? Al principio dicen que todo iba bien. ¡Al principio siempre es así! Con todo el mundo, la relación sexual es hermosa al principio, pero ¿por qué se vuelve áspera y amarga? ¿Por qué al cabo de un tiempo, incluso antes de que se haya acabado la luna de miel, empieza a volverse áspera y amarga?

Aquellos que se ocupan de la consciencia humana, dicen, "Al comienzo, la belleza del principio, es simplemente un truco de la naturaleza para engañarte". Una vez que eres engañado, la reali­dad emerge. Al principio, cuando dos se encuentran, piensas, "Ésta será la más maravillosa experiencia del mundo". Piensas, "Esta mujer es la mujer más hermosa" y la mujer piensa, "Este hombre es el mejor hombre que nunca ha habido". Se fabrican una ilusión, proyec­tan. Tratan de ver aquello que quieren ver; no ven a la verdadera persona. No ven al que está delante; solamente ven sus propios sueños proyectados. El otro se convierte simplemente en una pantalla y tú empiezas a proyectar. Antes o después la realidad surge y cuando el sexo ha sido satisfecho, cuando la hipnosis fundamental de la naturaleza ha sido satisfecha, entonces todo se vuelve amargo.

Entonces ves al otro tal y como es: muy corriente, sin nada es­pecial. El cuerpo deja de ser una fragancia; suda. La cara deja de ser divina; se parece a la de un animal. Ahora Dios ya no te está mirando desde sus ojos, sino que lo está haciendo un animal feroz, un animal sexual. La ilusión ha sido rota, el sueño ha sido destrozado. Ahora empieza el sufrimiento.

Y tú habías prometido que amarías a la mujer para siempre. La mujer te había prometido que se convertiría en tu sombra incluso en vidas venideras. Ahora has sido engañado, atrapado, por tus pro­pias promesas. ¿Cómo puedes volver atrás? Has de seguir con ello.

Surge la hipocresía, la simulación, la ira. Porque siempre que éstas simulando, antes o después te enfadas. El simular se con­vierte en una carga muy pesada. Ahora sostienes la mano de la mujer, pero simplemente suda y no sucede nada. No hay poesía; sólo sudor. Quieres dejarla, pero la mujer va a sentirse herida. Ella también quiere dejarlo, pero piensa que tú te sentirás herido, y los amantes han de seguir sosteniéndose las manos. Todo se vuelve feo y entonces reaccionas, entonces te vengas, entonces lanzas la res­ponsabilidad sobre el otro y tratas de demostrar que el otro es el culpable. Él o ella ha hecho algo equivocado; o ella te ha engañado. Ella trataba de ser alguien que no era. Y entonces surge todo lo desagradable de los matrimonios.

Recuerda, la falta de consciencia es considerar lo doloroso como placentero. Si algo es un placer al principio, al final se convierte en dolor, recuerda que era doloroso desde el mismo co­mienzo. Sólo tu falta de consciencia te ha engañado. Nadie más te ha engañado; sólo ha habido falta de consciencia. No estabas sufi­cientemente alerta para ver las cosas tal y como son. Si no, ¡cómo se va a convertir el placer en dolor! Si hubiera sido realmente placer, a medida que el tiempo pasara, habría ido convirtiéndose en un placer mayor. Así hubiera ocurrido.

El placer se desarrolla convirtiéndose en más placer; la felici­dad crece y da más y más felicidad. Al final alcanza el clímax más elevado de gozo; pero uno ha de ser muy consciente a la hora de sembrar la semilla. Una vez has sembrado la semilla, estás atrapado porque entonces no puedes cambiar. Entonces tendrás que recoger la cosecha. Y tú estás recogiendo la cosecha. Siempre cosechas sufrimiento y nunca te vuelves consciente de que el problema estaba en la semilla. Siempre que empiezas a cosechar sufrimiento crees que ha habido alguien que te ha estado engañando. La esposa, el marido, el amigo, la familia, el mundo, pero siempre alguien. O bien el diablo, o bien alguien, te está engañando. Esto es evitar enca­rar la realidad de que has estado sembrando la semilla equivocada.

La falta de consciencia es tomar lo doloroso como placentero. Y éste es el criterio: si algo se convierte al final en dolor, debía ser doloroso también al principio. El final es el criterio; el fruto final es el criterio. Deberías juzgar a un árbol por su fruto; no hay otra forma de juzgarlo. Si tu vida se ha convertido en un árbol de sufrimiento, debes deducir que la semilla fue mal elegida, que has hecho algo mal. Retrocede.

Pero nunca lo haces. Cometes el mismo error una y otra vez. Si tu esposa muere y tú has estado pensando en numerosas ocasio­nes que si muriera estaría muy bien. Es difícil encontrar a un mari­do que no haya pensado en muchas ocasiones que le iría muy bien que su mujer se muriera, "He acabado con esto y no voy a volver a mirar a otra mujer". Pero en cuanto la esposa muere, de inmediato, la idea de otra mujer surge en la mente. La mente empieza a pensar de nuevo, "¿Quién sabe? Con esta mujer no fue bien, pero con otra puede ser que sí. Esta relación no llegó a buen fin, pero eso no cierra todas las puertas. Hay otras puertas abiertas". La mente empieza a trabajar. Caerás de nuevo en la misma trampa y de nuevo sufrirás. Y siempre pensarás, "Puede que sea esta mujer, y que esa mujer..." No es una cuestión de esta mujer o este hombre; es una cuestión de ser consciente.

Si eres consciente, entonces todo lo que hagas lo harás aten­diendo al final. Serás plenamente consciente de cuál va a ser el final. Entonces si quieres tener dolor, si quieres vivir con dolor y sufrimiento, dependerá de ti el elegirlo. Entonces no podrás ha­cer responsable a otro. Sabrás perfectamente bien que sembraste la semilla y que ahora has de cosechar el fruto. Pero ¿quién es tan estúpido que estando alerta y siendo consciente, siembra semi­llas amargas? ¿Para qué?

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