sábado, 4 de septiembre de 2010

LAS VARIEDADES DE DIOS

Cuando imponemos a nuestro Dios sobre “lo que es” nos estamos precipitando en la falsedad y en el engaño. Y recordad que los dioses que hemos creado están hechos de diferentes maneras; cada uno tiene su propia marca de fábrica. El hinduista ha hecho a su propio Dios; el musulmán tiene al suyo. El cristiano, el jainista, el budista: cada uno tiene a su propio Dios. Todos han acuñado sus propios términos respectivos; todos se han creado a sus respectivos dioses. ¡Florece toda una gran industria de fabricación de dioses! En sus casas respectivas, las gentes fabrican a su Dios; producen a su propio Dios. Y todos estos fabricantes de dioses compiten entre sí en el mercado, del mismo modo que los artesanos que elaboran objetos en sus casas. El Dios de cada uno es diferente del de todos los demás.

En realidad, mientras suceda que “yo soy”, todo lo que yo cree será diferente de lo vuestro. Mientras suceda que “yo soy”, mi religión, mi Dios, será diferente del de los demás, porque habrá sido creado por el yo, por el ego. Como nos consideramos a nosotros mismos entidades independientes, todo lo que creemos tendrá un carácter independiente. Si hubiera libertad para crear religiones, habría en el mundo tantas religiones como personas: ni una menos. Si en el mundo hay tan pocas religiones es porque falta una libertad adecuada para ello.

El padre hinduista procura hacer hinduista a su hijo antes de que éste llegue a ser independiente. El padre musulmán vuelve musulmán a su hijo antes de que éste tenga uso de razón; pues una persona que tuviera uso de razón no querría hacerse hinduista ni musulmana. Así pues, existe la necesidad de llenar al niño de todas estas estupideces antes de que alcance el uso de razón.

Todos los padres se preocupan de enseñar su religión a sus hijos desde la infancia, pues cuando el niño se haga mayor empezará a pensar y a causar problemas. Formulará preguntas de todo tipo; y, como no encontrará respuestas satisfactorias, planteará situaciones difíciles a sus padres. Por eso, los padres procuran enseñar su religión a sus hijos desde la primera infancia de éstos: cuando el niño no es consciente de muchas cosas, cuando está dispuesto a aprender cualquier estupidez. Así es como las personas se vuelven musulmanas, hinduistas, jainistas, budistas, cristianas: cualquier cosa que se les enseñe.

Por eso, las personas a las que llamamos religiosas resultan ser muchas veces poco inteligentes. Les falta inteligencia, porque lo que llamamos religión es algo que nos ha envenenado antes de que haya surgido en nosotros la inteligencia; e incluso después de surgir ésta mantiene su presa interior. No es de extrañar que los hinduistas y los musulmanes luchen entre sí en nombre de Dios, en nombre de sus templos y de sus mezquitas.

¿Acaso hay muchas variedades de Dios? ¿Es una variedad el Dios que adoran los hinduistas y de otra el Dios que adoran los musulmanes? ¿Por eso les parece a los hinduistas que su Dios ha sido profanado cuando se descubre un ídolo, o a los musulmanes les parece que su Dios ha sido deshonrado cuando se destruye o se incendia una mezquita?

En realidad, Dios es “lo que es”. Existe tanto en una mezquita como en un templo. Existe tanto en un matadero como en un lugar de culto. Existe tanto en una taberna como en una mezquita. Está tan presente en un ladrón como en un religioso: no es posible que esté presente un ápice menos. ¿Quién va a residir en un ladrón sino lo divino? Está tan presente en Rama como en Ravana: no está un ápice menos en Ravana. Existe tanto dentro de un hinduista como de un musulmán.

Pero el problema es que si llegásemos a creer que la misma divinidad existe en todos, nuestra industria de fabricación de dioses se resentiría mucho. Para evitar que suceda esto, seguimos imponiendo a nuestros dioses respectivos. Si un hinduista mira una flor, proyectará sobre ella su propio Dios, verá a su Dios en ella, mientras que un musulmán proyectará y visualizará al suyo. Son capaces, incluso, de reñir por ello, aunque quizás vayamos demasiado lejos al suponer un conflicto entre hinduistas y musulmanes por tal cosa.

Es muy raro: somos nosotros los que determinamos las cosas siempre. Lo que hemos identificado hasta ahora como “Dios” es un producto basado en nuestras propias especificaciones. Mientras este Dios artificial se interponga en nuestro camino no seremos capaces de conocer a ese Dios que no ha sido determinado por nosotros. No seremos capaces de conocer al que nos determina a nosotros. Así pues, necesitamos librarnos del Dios artificial si queremos conocer al Dios que es. Pero eso es duro; incluso a la persona de corazón más benévolo le resulta difícil. Hasta al hombre al que tenemos por comprensivo le resulta duro librarse de este Dios artificial, tanto como el hombre estúpido. Podemos perdonar al hombre estúpido, pero es difícil perdonar al hombre comprensivo.

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