sábado, 13 de noviembre de 2010

LA SUPERSTICIÓN (II PARTE)

Suponed que en un pueblo un hombre es poseído por un espíritu. Las personas cultas dirán que es una superstición. Supongamos que las personas sin cultura son supersticiosas: ya las hemos tachado de supersticiosas porque estas personas sencillas, como son incultas, son incapaces de presentar ningún argumento que apoye su creencia. Así, todas las personas cultas del pueblo sostienen que el cuento de que este hombre está poseído por un espíritu es falso; pero no saben que en una universidad como la de Harvard, en los Estados Unidos, hay un departamento en que se llevan a cabo investigaciones sobre los espíritus y los fantasmas. El departamento ha publicado incluso fotografías de estos seres. No tienen ni idea de que en la actualidad algunos científicos muy respetados realizan serias investigaciones sobre los fantasmas y los espíritus, y han obtenido tales resultados que más tarde o más temprano llegarán a darse cuenta de que eran ellos, los hombres cultos, los que eran supersticiosos, y de que si bien aquellos a los que llamaban supersticiosos no sabían nada de aquello en lo que creían, lo que decían era verdad.

Si leéis a Ryon o a Oliver Lodge, os sorprenderéis, Oliver Lodge fue un científico que recibió el premio Nobel. A lo largo de toda su vida hizo investigaciones sobre los fantasmas y los espíritus. Antes de morir dejó escrito un documento en el que decía: “Todas las verdades de la ciencia que he descubierto no son, ni mucho menos, tan verdaderas como los fantasmas y los espíritus. Pero no tenemos conocimiento de ellos porque los supersticiosos cultos no se preocupan de enterarse de los descubrimientos que se producen en el mundo.”

Yo estoy en contra de la superstición por completo: deben suprimirse las supersticiones de todo tipo. Pero esto no significa que esta supresión sea una superstición mía. No significa que debamos ponernos a suprimirlas sin comprenderlas claramente, que debamos empeñarnos en romperlas sin una reflexión adecuada. Tal supresión arbitraria también se convertiría en supersticiosa.

Lo que quiero decir es que no hay manera de determinar lo que es supersticioso y lo que no lo es. En realidad, una misma cosa puede ser una superstición en ciertas circunstancias y puede ser científica en circunstancias diferentes. Una cosa que puede parecer científica en ciertas circunstancias puede parecer acientífica en un conjunto diferente de circunstancias.

La vida es tan misteriosa que no podemos afirmar nada de una manera tan definitiva. Lo único que podemos decir es: “De momento conocemos hasta aquí, y a la luz de estos conocimientos parece que tal y tal cosa es errónea.” Eso es todo. Mantener una superstición produce agrado, y también produce agrado quebrantarla. Lo agradable de mantener una superstición es que nos ahorra el trabajo de pensar: creemos lo que creen todos los demás. Ni siquiera queremos preguntarnos la explicación ni por qué es así. ¿Por qué molestarnos? Nos limitamos a seguir a la multitud. Tener supersticiones es cómodo.

Hay que implantar la tendencia a pensar racionalmente, y hay que suprimir la tendencia a creer irreflexivamente. Esto nos llevará a ver contextos diferentes, significados diferentes. De esta forma, emprenderemos una búsqueda intensiva; pensaremos y razonaremos. Así, consideraremos todas las posibilidades.

La mentalidad científica no será muy partidaria de la superstición, pero la superstición seguirá existiendo mientras el hombre esté satisfecho con su ceguera. Si el hombre no está preparado para abrir los ojos, entonces deberá existir la ceguera.

Así pues, no os preocupéis demasiado de romper las cadenas de la superstición, pues si la persona que lleva la cadena sigue siendo la misma, se forjarán otras. No es capaz de vivir sin cadenas. Las personas de este tipo crearán cadenas nuevas.

En realidad, la persona inteligente nunca se aferra a nada; ni siquiera a ninguna creencia, ni mucho menos a una superstición. Vive inteligentemente; no se agarra a nada. Nunca crea ninguna cadena, porque sabe que la vida en libertad produce una alegría inmensa. No os creéis vosotros ninguna cadena.

Me gustaría deciros: confiad en lo que buscáis, no en lo que pedís a otros. No alcanzaréis la divinidad pidiendo a otros, sino conociendo. Tampoco os creáis nunca lo que dicen los demás.

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