sábado, 1 de octubre de 2011

LA VIDA COMO UNA EXPERIENCIA

La vida es experiencia, no teoría. No necesita de ninguna explicación. Está ahí, con toda su gloria, para ser vivida, disfrutada, gozada. No es una adivinanza, es un misterio. Una adivinanza es algo que puede ser resuelto, un misterio es algo que nunca puede ser resuelto. Un misterio es algo con lo que te haces uno; puedes disolverte en él, puedes fundirte en él; tú mismo puedes convertirte en misterioso. Esa es la diferencia entre filosofía y religión. La filosofía considera la vida como una adivinanza; hay que solucionarla, hallar explicaciones, teorías, doctrinas. La filosofía imagina que tiene que existir una explicación, una respuesta, que la vida es un interrogante y que uno tiene que esforzarse para descubrir la respuesta. Claro que si uno se toma la vida como un interrogante, entonces el esfuerzo se torna intelectual. La presunción de que la vida es una pregunta abierta nos lleva a realizar esfuerzos intelectuales cada vez mayores, y al tener que buscar una respuesta hay que decidirse a favor de una teoría.

La religión dice que tomarse la vida como una pregunta es básicamente una falsedad. No es una pregunta, está aquí, sin ningún signo de interrogación. Es un secreto abierto, una invitación. Hay que convertirse en un huésped, hay que vivirla, trasladarse a ella. Está preparada y es acogedora… ¡no luchéis contra ella! No es una pregunta, ¡no tratéis de resolverla! No es un acertijo. Venid y sed uno con ella, y la conoceréis. Y ese conocer provendrá de vuestra totalidad, no del intelecto. El intelecto es un esfuerzo parcial, y la vida necesita de la totalidad, fluir con ella, ser tan uno con ella que no se sepa qué es qué, que no se sienta donde acaba uno y dónde empieza la vida. La vida entera se convierte en ti, y tú entero te conviertes en vida. Eso es la salvación. No es una solución, es una salvación.

Eso es lo que los hinduistas han llamado moksha: no es una teoría, una conclusión, es una manera totalmente diferente de vivir con existencia. No es producto de la cabeza. En realidad, vives sin cabeza, pierdes de vista toda distinción: la periferia se disuelve, eres como una gota en el océano. Pierdes tus límites y ganas los cósmicos, que son infinitos.

Lo primero que hay que comprender es que no hay que tomarse la vida como una pregunta. Cuando se la toma como una pregunta, uno está destinado a tener problemas; ya estaremos caminando por el sendero equivocado, que nos acabará llevando a un callejón sin salida. Nos atascaremos en algún lugar, en alguna teoría. Todo el mundo está atrapado en la teoría, y cuando eso sucede resulta muy difícil dejarla ir. Abandonarla. Os aferráis a ella porque la pregunta os asusta. Al menos una teoría es un consuelo, al menos sentís que sabéis. ¡No sabéis! La mente no puede saber, la mente solo puede teorizar. Puede ir dando vueltas a las palabras cada vez más deprisa; puede jugar con las palabras, organizarlas, pero todo se reduce a interpretaciones, nada es la cosa en sí, solo la propia interpretación.

Es como un mapa. ¿Veis el mapa de la India? Pues podéis ir por ahí cargando con el mapa, podéis pensar que lleváis la India en el bolsillo, pero el mapa no es el país. Podéis tener una teoría acerca de una rosa, sobre lo que es una rosa. Incluso podéis tener una fotografía de la rosa, pero esa fotografía solo es una fotografía, no tiene en sí nada de lo que es el fenómeno vivo de la rosa.

Mirad a un niño; todavía carece de mente. Abre sus ojos y mira al mundo. Llevadle la rosa. No conoce el nombre, no puede etiquetarla, ni categorizarla, ni decir qué es. No obstante, la rosa está ahí, su color inunda al niño, la belleza de la rosa lo rodea, la fragancia alcanza su corazón. No sabe lo que es pero experimenta un momento vivo. Entonces le decís: “Es una rosa”, y la experiencia nunca volverá a ser la misma; nunca más podrá experimentar el misterio de la rosa. Ahora bien, siempre que tenga una rosa delante, dirá: “Es una rosa”. Ahora cargará con la palabra. Le habéis empobrecido, y era tan rico… La rosa estaba ahí y él solo podía vivirla, no había otra manera de describirla, de definirla.

Una rosa es una rosa. No podéis decir que es esto o lo otro. El niño estaba silencioso, la mente no funcionaba, la mente estaba ausente, no había barrera. El corazón de la rosa se fundió con el del niño, y el del niño con el de la rosa. El niño ni siquiera podía decir dónde acababa él y comenzaba la rosa, dónde finalizaba la rosa y empezaba él… no había frontera alguna. En ese momento de asombro fueron uno. Durante un instante dejaron de ser dos… tuvo lugar un momento de unidad.

Pero le dijisteis: “Es una rosa”. Ya no volverá a tener esa experiencia. En el momento en que aparezca la rosa, la mente dirá: “Es una rosa”. El misterio se habrá perdido; ahora habrá una respuesta, ahora el niño sabe. ¡Vaya un absurdo! Ahora diréis que el niño crece en conocimiento, pero resulta que es justamente al contrario. Antes de decirle qué era qué, el niño sabía; pero lo sabía con su totalidad. No era conocimiento, era experiencia. Pero entonces creías que era un ignorante. Ahora creéis que sabe porque carga con una palabra en su mente.

La palabra “rosa” no es ninguna rosa, la palabra “dios” no es Dios, la palabra “amor” no es amor. Pero vamos acumulando esas palabras. Y además están todas esas mentes inteligentes que convierten esas palabras en interpretaciones, teorías y argumentos. Y cuando más argumentos se tienen, más teórico se es, y más se aleja uno de la rosa. Entonces incluso la resonancia es imposible: no hay nada que venga hacia nosotros, ni nosotros vamos hacia nada. Solo vivimos en la mente, ordenando palabras.

Una vez que empezáis a observar la realidad a través de la mente, todo se convierte en un problema; entonces el ego empieza a interpretar y solo os quedáis con las interpretaciones. Podéis conseguir pruebas que las demuestren, incluso puede que parezcan muy razonables, pero solo os lo parecerán a vosotros, a nadie más, porque esas interpretaciones serán producto de vuestro ego. Y cada vez os aferraréis más y más a vuestras interpretaciones porque habréis invertido mucho en ellas.

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