sábado, 23 de noviembre de 2013

LA VIRTUD DE COMPRENDER

En la vida real hay cosas, en concreto, por ejemplo, Dios, o el alma, o el paraíso, el templo, la adoración, la oración a un Dios desconocido... que no hay forma de explicar. El padre de familia no puede explicar a Dios; él mismo no sabe. Le han dicho alguna cosa, lo ha aceptado y se lo ha creído. Ahora llega el momento de contárselo al hijo; ¿cómo podría explicarlo?

Toda tu sociedad y la mente de tu sociedad están basadas en cosas que sólo pueden creerse, pero no pueden explicarse; de ahí la necesidad de la obediencia; de ahí la ira de tus mayores cuando desobedeces.

Para mí también fue un problema durante la infancia. Toda mi familia iba al templo y yo me resistía. Estaba dispuesto a ir, siempre que pudieran explicarme de qué iba todo aquello. No tenían otra explicación excepto que: «Siempre se ha hecho así, y es bueno seguir a tus mayores, seguir a las generaciones que te precedieron, seguir el antiguo legado..., es bueno.» Esto no es una explicación.

Yo les dije: «No os estoy preguntando si es bueno o malo; estoy preguntando qué es. No veo a ningún dios, sólo veo una estatua de piedra. Y sabéis perfectamente que es una estatura de piedra; lo sabéis mejor que yo, porque la habéis comprado en el mercado. ¿Así es que a Dios se le vende en el mercado? La habéis instalado con vuestras propias manos en el templo; ¿en qué momento se convirtió en Dios?, porque en el taller del escultor no se le adora. Allí la gente regatea su precio, pero ¡nadie le reza! Allí nadie piensa que sean dioses, porque hay tantas estatuas... Y puedes escogerlas según tus gustos.

«Habéis regateado su precio, habéis comprado la estatua, y yo he estado observando en todo momento, esperando ver en qué momento la estatua se convertía en Dios, en qué momento pasaba de ser un bien de consumo que se compra y se vende, a ser una divinidad a la que adorar.»

No tenían explicación. No hay explicación, porque de hecho la estatua nunca se convierte en Dios; sigue siendo una estatua. Sencillamente deja de estar en el taller y está en el templo. ¿Y qué es el templo? Otra casa. Yo les dije: «Quiero participar con vosotros en las plegarias, en la adoración; no quiero seguir quedándome fuera. Pero no puedo hacerlo en contra de mi mismo. Primero tengo que sentirme satisfecho y vosotros no me dais una respuesta que sea satisfactoria. ¿Y qué decís en vuestras plegarias?

"Danos esto", "danos lo otro"; ¿podéis ver lo cómico que es todo el proceso? Habéis comprado una estatua de piedra; la habéis instalado en vuestra casa, y ahora pedís a la estatua, que vosotros mismos habéis comprado, "danos esto", "danos lo otro"..., prosperidad para nuestra familia, salud para nuestra familia. Estáis comportándoos de una manera muy rara, muy extraña, y no puedo participar en ella.



Pensaron que con el tiempo se me pasaría. Solían llevarme al templo. Todos hacían la reverencia y yo me quedaba a un lado. Y mi padre me decía: «Por tu propio bien..., no parece normal. Parece muy extraño que te quedes a un lado mientras todo el mundo hace la reverencia con tanta religiosidad.»

Yo dije: «Yo no veo nada de religiosidad; sencillamente veo cierto tipo de ejercicio. Y si esta gente está tan interesada en el ejercicio, pueden ir a un gimnasio; eso será verdaderamente saludable.»

»Estaban pidiendo: "danos salud", "danos riquezas". Id al gimnasio y allí podéis conseguir salud y hacer ejercicio de verdad. ¡Esto no es gran cosa! Y tienes razón en que hay algo que parece muy extraño, pero no es el hecho de que yo esté aquí, sino de que todos vosotros estéis haciendo todo tipo de estúpidos rituales. Vosotros sois extraños. Puede que esté en minoría, pero yo no soy el raro.

»Y dices que debería participar por respeto a vosotros. ¿Por qué no os unís vosotros a mí por respeto a mi persona? Deberíais quedaros todos de pie en una esquina; eso demostraría que realmente queréis participar.»

Y poco a poco persuadí a mi familia de que se deshicieran del templo. Había sido construido por mi familia, pero se lo cedieron a la comunidad; dejaron de acudir a él. Yo les dije: «A menos que me lo expliquéis, vuestro abandono muestra que no os estáis comportando inteligentemente.»

Así pues la cuestión no está en la historia. La historia es una simplificación de las complicadas situaciones de la vida sobre las que nunca se dan explicaciones. El ser humano ha vivido sin explicaciones durante miles de años, ha obedecido, no ha preguntado, no ha dudado, no ha sido escéptico; ha tenido miedo de hacerlo porque todo esto son pecados; en la obediencia está la virtud.

Para mí la obediencia no es una virtud, la virtud reside en la inteligencia. Si sigues algo porque atrae tu inteligencia, entonces se vuelve virtuoso. Y si no sigues algo porque tu inteligencia no está de acuerdo, no tiene que condenarse como pecado.

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