sábado, 11 de enero de 2014

LA DEPENDENCIA CON LOS HIJOS

La idea de que los niños son una posesión tuya es errónea. Nacen a través de ti pero no te pertenecen. Tú tienes un pasado; ellos sólo tienen futuro. Ellos no van a vivir de acuerdo a ti. Vivir de acuerdo a ti casi equivaldría a no vivir en absoluto. Tienen que vivir de acuerdo a sí mismos: en libertad, en responsabilidad, en el peligro, en el desafío. Así es como uno se hace fuerte.

Los padres, a lo largo de siglos, han tenido la idea de que los niños les pertenecían y de que tenían que ser sus copias de calco. Una copia de calco no es algo hermoso, y la existencia no cree en las copias de calco; la existencia disfruta de la originalidad.

Una vez que te das cuenta de que tus hijos no te pertenecen -pertenecen a la existencia, tú sólo has sido un pasaje- tienes que agradecer a la existencia que te haya elegido a ti para ser el pasaje para unos cuantos niños preciosos. Pero no tienes que interferir en su crecimiento, en su potencial. No tienes que imponerte sobre ellos. No van a vivir los mismos tiempos, no van a enfrentar los mismos problemas; serán parte de otro mundo. No los prepares para este mundo, esta sociedad, este tiempo, porque entonces les estarás creando problemas. Se sentirán desencajados, sin la formación adecuada.

Tienes que ayudarles a crecer más allá de ti; tienes que ayudarles a que no te imiten. Ese es realmente el deber de los padres: ayudar a que sus hijos no caigan en la imitación. Los niños son imitativos, y naturalmente, ¿a quién van a imitar? Los padres son los que están más cerca. Y hasta ahora los padres han disfrutado mucho de que los hijos sean como ellos. El padre se siente orgulloso de que su hijo sea como él; debería sentir vergüenza de que su hijo sea como él. Entonces una vida está echada a perder; el hijo no es necesario, con el padre habría sido suficiente. Debido a este concepto equivocado de sentirnos orgullos de que los niños nos imiten, hemos creado una sociedad de imitadores.

La palabra «imitación» nunca ha sido condenada, pero debería serlo. Los fundadores de las religiones han querido que la gente les imite, los padres han querido que sus hijos les imiten; los profesores, los catedráticos, los sacerdotes; todo el mundo quiere que los niños le imiten. Los niños se convierten en un fenómeno de masas; copias de calco de mucha gente..., ¡mucho ruido y pocas nueces!

Toda la humanidad ha vivido de una manera tan equivocada, y durante tanto tiempo, que hemos olvidado completamente que puede haber otra forma, que puede haber una alternativa.

En este mundo de imitadores, ¿cómo ser original y auténtico?; porque sólo los pocos individuos que son ellos mismos se sienten plenos. Los demás viven miserablemente, esperando que mañana mejoren las cosas; pero ese mañana nunca llega.

Mi idea es que los padres deberían encontrarse con sus hijos sólo de vez en cuando, para poder derramar en ellos todo su corazón, y que los niños conozcan a sus padres y a sus madres sólo como puro amor.

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