sábado, 14 de febrero de 2015

LA HISTORIA DE LAS ARENAS (Cuento Sufí)

Un arroyo, desde su nacimiento en las lejanas montañas, después de atravesar todo tipo de paisajes, alcanzó por fin las arenas del desierto. Igual que había cruzado todas las demás barreras, el arroyo trató también de cruzar ésta, pero se encontró con que en cuanto se adentraba en la arena sus aguas desaparecían.

Sin embargo, estaba convencido de que su destino era cruzar ese desierto, y de que a la vez no había manera de cruzarlo.

Entonces una voz oculta, que salía del mismo desierto, le susurró:

-El viento cruza el desierto, e igualmente puede hacerlo el arroyo.

El arroyo objetó que estaba arremetiendo contra la arena, pero que sólo estaba siendo absorbido: que el viento podía volar y por ello podrá atravesar el desierto.

-Arremetiendo de tu manera habitual no podrás atravesarlo. Desaparecerás o te convertirás en una marisma. Debes dejar que el viento te lleve a tu destino.

-Pero ¿cómo puede suceder esto?

-Dejando que el viento te absorba.

Esta idea no era aceptable para el arroyo. Nunca antes había sido absorbido. No quería perder su individualidad: una vez que la hubiese perdido, ¿cómo iba a saber que podía volver a recuperarla?

-El viento -dijo la arena cumple esa función. Evapora el agua, la transporta a través del desierto, y después la vuelve a dejar caer. Al caer en forma de lluvia, el agua se vuelve a convertir en un río.

-¿Cómo puedo saber que esto es verdad?

-Así es, y si no me crees, no podrás convertirte más que en un cenagal, e incluso eso te costará muchos, muchos años, e indudablemente un cenagal no es lo mismo que un arroyo.

-Pero ¿no puedo seguir siendo el mismo arroyo que soy hoy?

-No puedes seguir así en ninguno de los casos -dijo el susurro-. Tu parte esencial es transportada y vuelve a formar un arroyo. Tú recibes el nombre que tienes, incluso hoy, porque no recibes qué parte de ti es la esencial.

Cuando el arroyo escuchó esto, comenzó a resonar un cierto eco en sus pensamientos. Débilmente, recordó un estado en el cual él -¿o era una parte de él?- había sido sostenido en los brazos de! viento. También recordó -¿lo recordó?- que esto era lo que realmente había que hacer, aunque no necesariamente lo más obvio.

Y el arroyo hizo ascender su vapor hacia los acogedores brazos del viento, que suavemente y con facilidad le llevaron hacia arriba y a lo lejos, dejándole caer con suavidad en cuanto alcanzó la cima de la montaña, muchos, muchos kilómetros más allá.

Y como había abrigado sus dudas, el arroyo fue capaz de recordar y grabar con más fuerza en su mente los detalles de la experiencia. Reflexionó:

-Sí, ahora he conocido mi verdadera identidad.

El arroyo estaba aprendiendo. Pero las arenas susurraron:

-Nosotras lo sabemos, porque sabemos cómo sucede un día tras otro y porque nosotras, las arenas, nos extendemos desde la orilla del río por todo e! camino hasta la montaña.

Y por eso se dice que el camino por el que el arroyo de la vida tiene que continuar su viaje está escrito en las arenas.

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