sábado, 18 de julio de 2015

LA MUERTE

Lo primero que hay que entender sobre la muerte es: si has conocido el amor has conocido la muerte, si has conocido la meditación has conocido la muerte. La muerte no te trae nada nuevo. Es nueva sólo para aquellos que no han amado y no han meditado.

Sólo el cuerpo envejece, porque vive en el tiempo; el centro más interno está siempre más allá del tiempo: nunca nace y nunca muere. El cuerpo nace y muere. La mente está naciendo y muriendo constantemente, pero hay un testigo en tu interior que está observando todo el juego. Ese testigo es tu ser real. Simplemente observa. Observa el nacimiento, el amor, la meditación, la muerte. Su única cualidad es la de observar, puro reflejo. Se limita a reflejar todo lo que ocurre.

Siempre que ves a una persona extática, surge en ti la idea: «¿Se ha vuelto loco?», porque los llamados cuerdos nunca están felices. La cordura se ha convertido casi en sinónimo de desgracia, caras largas, tristeza, seriedad. La cordura se ha convertido en sinónimo de un sentimiento pesado; uno se va arrastrando como puede, y arrastrándose para nada, y no hay nada que alcanzar excepto la muerte. Estar cuerdo se ha convertido en sinónimo de la idea de que la vida no tiene significado, de que para ser feliz uno tiene que ser serio y tonto.

Se necesita de verdad valentía para ir en contra de toda la multitud que hay en el mundo, una multitud desgraciada. Casi nadie conoce la alegría; nadie baila, nadie canta. Y de repente ¡rompes a cantar! Todos se sienten conmocionados: «Algo va mal». Todos comienzan a intentar mejorarte, empiezan a dar¬te consejos. Todos están a la vez en tu contra. ¡Eres peligroso! En la mente de la multitud entra el miedo: «¿Quién sabe? Quizás tengas razón». Surge la duda. Y si tú tienes razón, todos ellos están equivocados. Eso es inaceptable. Tienes que estar equivocado; sólo entonces se pueden sentir seguros de estar en lo cierto. Por eso crucificaron a Jesús.

Los cristianos pintan a un Jesús triste y desgraciado... Si realmente hubiera sido este tipo de hombre, nadie se hubiera molestado en crucificarle. La gente lo hubiera amado y respetado y seguramente lo hubieran declarado santo. Pero él era un hombre de celebración, que celebraba las cosas pequeñas de la vida: festejar, encontrarse con los amigos. Estaba trayendo una cualidad diferente a la religión. Eso era inaceptable, no podía ser tolerado. Tuvieron que crucificarlo. ¡Lo silenciaron, le dijeron que se estuviese tranquilo! Era tan peligroso que dejarle que viviera resultaba arriesgado; tenía que ser destruido. Y luego crearon su propio Jesús como les hubiera gustado que fuera el real: triste, desgraciado, en la cruz. Que la cristiandad haya adoptado la cruz como símbolo no es un simple accidente. ¿La muerte como símbolo? ¿Un hombre crucificado como símbolo? Te pone triste.

Cuando entras en una la iglesia toda la atmósfera es triste, es como la de un cementerio; tiene que ser así. La iglesia está creada alrededor de la cruz, no alrededor de Cristo, ¡recuérdalo! Por eso llamo a la cristiandad "cruztiandad". El espacio que ha creado la iglesia alrededor de la cruz. Quita la cruz y la cristiandad desaparecerá. Déjale a Cristo que baile y la cristiandad desaparecerá. Déjale que agarre una flauta, que toque y cante, y todos los obispos, arzobispos, papas y sacerdotes se quedarán conmocionados: «¿Qué está haciendo este hombre?”. Lo volverán a crucificar. Sólo pueden creer en una vida crucificada, sólo pueden creer en un cadáver. Están en contra de la vida, son antivida.

La gente que decidió que Jesús debía ser crucificado eran también obispos, sacerdotes y arzobispos. No se les llamaba obispos, ni sacerdotes, ni papas -se les llamaba rabinos-, pero eran el mismo tipo de gente, no había ninguna diferencia.

No hace falta tener miedo; se puede ir a la muerte bailando. La muerte sólo revelará aquello que ha sido revelado en el amor y en la meditación; lo revelará en más profundidad, eso es todo. Lo que sólo ha sido un vislumbre en la meditación y en el amor se convertirá en una absoluta realidad en la muerte, que es la forma más elevada de amor y de energía meditativa.

Si uno sabe cómo morir, la muerte es transformada. ¡No eres destruido! Cuando sabes cómo morir, tú destruyes la muerte: sonriendo, con una risa en tu ser, dándole la bienvenida. La muerte no está; es sólo Dios, tu amado viniendo a ti. Cuando la llamas muerte es un malentendido. La muerte, como tal, no existe: uno sólo cambia de cuerpo y el viaje continúa. La muerte, como mucho, es una parada de una noche en una caravana. Por la mañana, sigues otra vez. La vida continúa.

La muerte es un descanso. La muerte no es muerte en absoluto, no eres destruido. ¡La vida no puede ser destruida! La vida es eterna y la muerte es sólo un episodio. Y la muerte tampoco está en contra de la vida, es su complementaria. Es un descanso, una pausa. Has estado cantando tanto que necesitas un poco de descanso; tu garganta está cansada, tus cuerdas vocales también. Has bailado mucho, durante setenta u ochenta años. Tus piernas están cansadas, te gustaría tener una pequeña relajación. La muerte te permite esa relajación. Has estado riendo, viviendo y amando; la muerte te da la oportunidad de revivir de nuevo. Te vitaliza, no te destruye. La muerte no es existencial. Es sólo como un sueño profundo: un poco más largo, un poco más profundo, pero sólo un sueño.

Y si has amado, entonces el amor permanece. Si has meditado, tu meditación permanece. Todo lo que has atesorado en tu mundo interno permanece, todo lo que has estado atesorando en tu mundo externo desaparece. La muerte sólo puede llevarse lo que posees, no lo que tú eres. Posees dinero; desaparecerá. Posees poder; desaparecerá. La meditación no la posees. No es algo que puedas poseer, es una cualidad de tu ser. ¡Eres tú! El amor no lo posees; no es una posesión, es ser. La riqueza interior te acompañará, la exterior te será arrebatada. Porque lo exterior pertenece al cuerpo, el cuerpo caerá, y todo el mundo exterior caerá y desaparecerá con él.

Estos son los tres puntos para iluminarse: la meditación, el amor, la muerte. Esta última es el estado más importante porque es el más natural. El amor..., quizás suceda, quizás no. No es algo inevitable. Millones de personas deciden vivir sin amor. Viven pero nunca aman; por eso no es un fenómeno necesario, puede ser evitado. Y la meditación -tienes que introducirte en ella, tienes que hacer esfuerzos, buscar e investigar- es difícil. Muy poca gente emprende esa aventura. El amor es más natural en ese sentido, porque es algo que está incorporado a tu ser. La meditación no. La gente fracasa hasta en el amor, así pues, ¿qué decir de la meditación? Poca gente todavía toma la dirección de la meditación.

Pero la muerte es inevitable: no puedes evitarla, no puedes escogerla. Está ahí. Todos y cada uno de nosotros tenemos que avanzar con ella. Es absoluta, no hay posibilidad de rehuirla. Todo lo que puedes hacer es o bien ir con ella bailando, o bien resistirte y aferrarte a la vida. En este último caso desperdiciarás la experiencia de la muerte. Si vas alegremente hacia ella vivirás ese momento. Desperdiciar la experiencia de la muerte es desperdiciar a Dios, porque en la muerte el amor y la meditación florecen automáticamente. La muerte se lleva tu cuerpo; de repente el noventa y nueve por ciento de tu vida se evapora. La muerte se lleva tu mente, entonces el diez por ciento que quedaba también desaparece. Sólo permanece el testigo; esto es la meditación. La muerte se lleva todos tus apegos, toda tu lujuria, -y cuando esto ocurre, la energía del amor es pura. Deja de ser una relación, se convierte en un estado del ser. La muerte simplemente limpia tu amor y tu meditación. Ambos, tu consciencia y tu amor, son bañados, y vuelven a salir absolutamente limpios y purificados de la muerte.

Fundirse directamente con Dios es difícil. La enormidad es tan grande que podrías retraerte. Necesitas a Cristo entre tú y Dios, porque Cristo es humano y divino; esa es la naturaleza dual de Cristo. Él es como tú, puedes tomarle de las manos. Una vez que tomas sus manos, poco a poco verás cómo éstas van desapareciendo y has entrado sin saberlo en lo enorme, en el infinito. Pero entonces ya no puedes echarte atrás, ya lo has probado.

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