sábado, 13 de febrero de 2016

LA BUSQUEDA AUTÉNTICA

Gertrude Stein se estaba muriendo. De pronto, abrió los ojos y preguntó a los amigos que se habían reunido a su alrededor: “¿Cuál es la respuesta?”. Esto es tremendamente bello, casi un koan. No se ha formulado la pregunta; ella pregunta: “¿Cuál es la respuesta?”. Por supuesto, nadie fue capaz de responder. Se miraron entre sí. Ni siquiera pudieron comprender a qué se refería. Se necesitaba un maestro zen, alguien que pudiera responder desde el corazón, espontáneamente, de inmediato. Alguien que pudiera reírse a carcajadas, o gritar, o hacer algo, porque semejante pregunta –“¿Cuál es la respuesta?”- no se puede responder con palabras.

Stein está diciendo que es una pregunta tal que no se puede formular, y, sin embargo, la pregunta está ahí, así que ¿cuál es la respuesta? La pregunta es tal que es imposible expresarla con palabras. Es tan profunda que no se puede traer a la superficie. Pero sin embargo está ahí, así que ¿cuál es la respuesta? La pregunta es tal que no está separada de quien la pregunta, como si todo su ser se hubiera convertido en un signo de interrogación: ¿Cuál es la respuesta?

Se miraron entre sí. No tenían ni idea de qué hacer. Deben haber pensado: Esta mujer moribunda se ha vuelto loca. Es una locura, es absurdo preguntar “¿Cuál es la respuesta?”, cuando aún no se ha formulado la pregunta. Nadie contestó. Nadie era suficientemente consciente como para contestar. Nadie respondió, porque, de hecho, allí no había nadie para responder. Nadie estaba suficientemente presente como para responder.

-En ese caso –insistió ella-, ¿cuál es la pregunta?

De nuevo se produjo el silencio. ¿Cómo te va a decir otro cuál es la pregunta? Ciertamente, se ha vuelto loca. Ciertamente, ya no está en su sano juicio. Pero la pregunta es tal que es imposible decir qué es. En el momento en que la dices, la traicionas. En el momento en que la verbalizas, ya no es la misma. No es la misma pregunta que había en el corazón. Una vez que se ha verbalizado, se convierte en algo mental. Parece casi trivial, casi superficial. No puedes formular la pregunta suprema. Al formularla, ya no será suprema.

Sólo un maestro podría haber comprendido lo que ella decía. Era una bella mujer, una bella persona, de tremendo entendimiento. Y en el último momento de su vida, floreció en este koan. Debes haber oído su famosa frase, que casi se ha vuelto un cliché: “Una rosa es una rosa”. No se puede decir nada sobre la rosa, excepto que es una rosa. Todo lo que pueda decir sobre ella la falsificará. Está ahí simplemente, con su extraña belleza, con su fragancia desconocida, como un hecho. No puedes teorizar sobre ella. Y lo que teorices será sobre otra cosa, no será sobre esa rosa; será un reflejo en el espejo, no será la cosa auténtica.

Una rosa es una rosa, no se puede decir nada más. No se está diciendo nada al decir: una rosa es una rosa es una rosa. Si vas a un lógico, dirá que es una tautología; se está repitiendo la misma palabra innecesariamente. ¡No se está diciendo nada! Pero sí se está diciendo algo: que no se puede decir nada.

-En ese caso –insistió ella-, ¿cuál es la pregunta?

El silencio permaneció intacto. Nadie fue capaz de responder. No se necesitaba una contestación; ella estaba pidiendo una respuesta.

Puedes seguir pensando sobre la vida y la muerte, y puedes seguir creando muchas teorías e hipótesis, pero toda la filosofía es una sandez.

La vida permanece sin responder, la muerte permanece sin responder.

En ese momento, Stein preguntaba sobre la vida y la muerte; pero sobre lo que es la vida, sobre lo que es también la muerte, sobre lo supremo, el fundamento, la base misma de tu ser. Ella preguntaba: ¿Quién soy? Pero la filosofía no tiene respuestas. La filosofía ha estado tratando de responder; siglos de pensamiento, especulación, pero el esfuerzo entero está vacío.

Omar Khayam dijo: “Cuando era joven frecuenté ávidamente al doctor y al santo, y oí grandes debates sobre y en torno a ello, pero siempre salí por la misma puerta tal como había entrado”.

Sobre y en torno a ello... Mucho debate, mucho filosofeo, pero sobre y en torno a ello, nunca exactamente en la cuestión, siempre por las ramas.

Sigue habiendo mucho debate acalorado; nada sale de él. Parece un puro galimatías. Nada puede salir de él, porque la vida no es una cuestión filosófica. Y cualquier respuesta que sólo sea filosófica no será la repuesta. La vida es existencial. Sólo una respuesta existencial puede satisfacerte, no una respuesta dada por otra persona; no una respuesta fabricada, confeccionada por la mente; no una respuesta prestada de las escrituras, sino una respuesta que surja en tu ser, florece, resplandece, lleva tu destino total a un estado manifiesto; te hace completamente consciente. Va a ser una realización; no una respuesta, sino una realización; no una respuesta, sino una revelación; no una respuesta, sino una experiencia, existencial.

La búsqueda es existencial. Nunca va aquí y allá, nunca está sobre y en torno. No se anda por las ramas; es recto como una flecha.

Uno de los filósofos más grandes de Occidente, Ludwing Wittgenstein, se acercó muchísimo a la actitud zen, casi llamó a esa puerta. Él dice: Lo místico no es cómo son las cosas en el mundo, sino que el mundo exista. Que el mundo es, eso es el verdadero misterio. No cómo estás aquí, no cómo llegaste aquí, no el propósito de que estés aquí, sino el hecho mismo de estar aquí es el mayor misterio. El hecho mismo de que estés aquí, de que yo esté aquí, es el mayor misterio. Y cuando la respuesta no se puede expresar con palabras, tampoco la pregunta puede expresarse con palabras.

Eso me recuerda:

Un hombre acudió a Buda y le dijo:

-Por favor, responde mi pregunta sin usar palabras, porque he oído ya hace mucho que la respuesta es tal que no se puede expresar con palabras.

Buda se rió y contestó:

-Por supuesto, lo que has oído es correcto; pero haz tu pregunta sin usar palabras y entonces te responderé sin usar palabras.

El hombre dijo entonces:

-Eso es imposible.

Entonces comprendió: si la pregunta no se puede formular, ¿cómo se va a poder formular la respuesta? Si la pregunta misma no se puede hacer, ¿cómo puedes exigir una respuesta?


Wittgenstein tiene razón. Y cuando la respuesta no se puede expresar con palabras y tampoco la pregunta se puede expresar con palabras, el enigma no existe. Ni la pregunta ni la respuesta se pueden expresar con palabras, así que ¿dónde está el enigma?, así que ¿cuál es el problema?

Esto es un entendimiento tremendo. El problema no existe, lo ha creado la mente; es una creación de la mente. Si una pregunta puede ser formulada, también es posible responderla.

Alguien preguntó a Wittgenstein:

-Entonces, ¿por qué sigues escribiendo esos libros tan bellos?

Su libro Tractatus Logico Philosophicus había sido recientemente aclamado como uno de los libros más importantes de toda la historia humana.

-Entonces, ¿por qué sigues escribiendo libros? Si la pregunta no puede ser formulada y no se puede dar la respuesta, entonces, ¿por qué?

Él dijo:

-Mis proposiciones sirven como elucidaciones de la siguiente manera: cualquiera que me comprende, con el tiempo las reconoce como absurdas. Dejadme repetirlo: Cualquiera que me comprende, con el tiempo las reconoce como absurdas. Las ha usado como escalones para elevarse por encima de ellas. Debe, por así decirlo, tirar la escalera tras haber subido por ella.

Cuando comprendes, todo lo que digo también es absurdo. Si no comprendes, entonces parece significativo. Todo el sentido se debe a la mala interpretación. Si comprendes, entonces todo el sentido desaparece; sólo la vida es. El sentido es de la mente, una proyección de la mente, una interpretación de la mente. Entonces, una rosa es una rosa es una rosa, ni siquiera estas palabras existen. Sólo la rosa... sólo la rosa sin ningún nombre, sin ningún adjetivo, sin ninguna definición. Sólo la vida es, de pronto, sin ningún sentido, sin ningún propósito. Y ese es el mayor misterio a realizar.

Así que el sentido no es la búsqueda auténtica. La búsqueda auténtica es encontrar la vida misma, cruda, desnuda.

De alguna forma, todas las preguntas son tontas, y todas las respuestas también. Todas las preguntas son tontas de alguna forma porque son creaciones de la mente, y la mente es la barrera entre tú y lo real. Y la mente sigue creando preguntas, retrasa la búsqueda. Te convence de que eres un gran buscador porque estás haciendo tantas preguntas. Pero al preguntar estás acumulando nubes a tu alrededor. Primero preguntarás, luego la pregunta te rodeará; luego empezarás a obtener respuestas, luego te rodearán esas respuestas, y permanecerá siempre una barrera entre tú y la vida cruda, salvaje, desnuda; lo que es. No es ni una pregunta ni una respuesta, es una revelación. Cuando no está la mente, surge en ti esa revelación de lo real. Está simplemente ahí, manifestándose en toda su gloria, disponible en su totalidad.

Pero el hombre sigue haciendo pregunta, y le parece que, de alguna forma, seguir preguntando constituye una gran búsqueda. No lo es. Todas las preguntas, todas las respuestas, todo juegos, todas son juegos. Puedes jugar si quieres, pero nada se resolverá de esa forma. Y la gente sigue preguntando hasta el mismo final de su vida.

Pero Gertrude Stein fue por buen camino. En el último momento reveló una cualidad zen. Demostró ser una mujer de gran entendimiento y conciencia. Por supuesto, la gente que estaba allí no pudo comprender lo que había revelado. La habrían comprendido en Oriente, pero no en Occidente. Debieron pensar que se había vuelto loca antes de morir, porque nuestras pregunta continúan, las mismas preguntas tontas. Incluso en el mismo extremo, cuando llega la muerte, seguimos haciendo las mismas preguntas rutinarias, podridas, y seguimos buscando respuestas.

El hombre sigue interesado en los espejos. El hombre sigue interesado en lo que los demás piensan de él, en lo que los demás dicen de él. El hombre sigue creando una imagen bella de sí mismo. Ese es todo el esfuerzo de tu vida. Y un día despareces y tu imagen cae al polvo. En polvo te convertirás, nada permanece.

Estate alerta. No te intereses demasiado en la imagen. Interésate por lo real, y lo real está dentro de ti; es tu energía. No tiene nada que ver con ninguna otra persona. Para conocerse a uno mismo no es necesario ningún espejo, porque el autoconocimiento no es un reflejo. El autoconocimiento es un encuentro directo, inmediato; te pones cara a cara con tu propio ser.

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