sábado, 30 de julio de 2016

CÒMO SERVIR A DIOS

Preguntò el discìpulo al Maestro: Còmo puedo servir a Dios?

Estás planteando, una pregunta tan importante que yo no soy digno de contestar, dijo el Maestro, «¿Cómo voy a saberlo?»

No se puede saber nada del amor, no, se puede saber nada de cómo servir a Dios. Es muy difícil.

Primero le dice, ¿Cómo voy a saberlo?» Primero le dice que el conocimiento aplicado a tales cosas no es posible. Primero le dice que no le puede aportar nada de saber sobre estas cosas. Primero dice que no te puede hacer más sabio con respecto a estos temas. No existe la forma. Pero entonces cuenta esta historia.

Una historia es absolutamente diferente a hablar de teorías. Una historia es algo más vivo, más revelador. No dice mucho, pero enseña mucho: Todos los grandes Maestros han utilizado las historias, las parábolas, las anécdotas. El motivo es que, si dices algo directamente, eso duele mucho. Una expresión directa es demasiado cruda, primitiva, ruda, desagradable. La parábola dice eso mismo de una forma indirecta. Lo hace más suave, lo hace más poético, menos lógico, más cercano a lo vital, más paradójico. No puedes emplear un silogismo refiriéndote a Dios, no puedes emplear argumento alguno, pero sí puedes contar historias.

Jesús era judío y ha contado algunas de las más bellas parábolas que jamás se han contado. Los judíos han aprendido a contar historias. De hecho, los judíos no saben mucho de filosofías, pero tienen bellas parábolas filosóficas. Dicen mucho. Sin decirlo, sin apuntar nada directamente, crean una atmósfera. En esa atmósfera algo puede ser entendido. Ese es todo el porqué de una parábola.

Primero les dijo, «¿Cómo voy a saberlo?». Primero niega simplemente cualquier posibilidad de saber algo sobre ello. Un filósofo diría, «Sí lo sé». Un filósofo propondría una teoría en términos claros, lógicos, matemáticos, en silogismos, de forma argumentativa. El trata de convencer. Puede que no te convenza, pero te obliga a guardar silencio.

Una parábola nunca trata de convencerte. Te toma por sorpresa, te persuade, te cosquillea en tu interior más profundo.

En el instante en que el Maestro dice, «¿Cómo voy a saberlo?», le está diciendo, «Relajaos, no os voy dar ninguna explicación, no os voy a dar teoría alguna... Y no necesitáis estar preocupados porque os vaya a intentar convenceros. Simplemente disfrutad de la parábola, de esa pequeña historia». Cuando te pones a escuchar una historia, te relajas. Cuando escuchas una teoría, te pones tenso. Y eso que crea tensión en ti no puede ser de mucha ayuda. Es destructivo.

Entonces contó esta historia...

Hubo una vez dos amigos del rey y ambos resultaron ser culpables de un crimen.

Puesto que el rey les amaba quiso ser clemente con ellos, pero no los pudo exculpar porque ni la palabra de un rey puede prevalecer sobre la justicia.

De modo que dictó esta sentencia:

Se tendería una cuerda sobre un profundo abismo y uno tras otro, los dos tendrían que cruzar por ella.

El que llegara al otro lado tendría garantizada su vida.

Cuando escuchas una historia no la escuchas desde la cabeza, no puedes escuchar una historia con la cabeza. Si la escuchas con la mente, te la perderás. Si la escuchas desde la cabeza no existe la posibilidad de que comprendas la historia. Una historia ha de entenderse con el corazón.

Jesús les dice repetidamente a sus discípulos, «Venid a mi si deseáis tener vida en abundancia. Si queréis vida en abundancia, venid a mí». Pero la vida en abundancia únicamente es obtenida por aquellos que trascienden la vida y la muerte, que trascienden la dualidad, que pasan a la otra orilla. La otra orilla, el otro lado, es simplemente un símbolo de lo trascendental. Pero es solamente un apunte. No se dice nada determinado; sólo se indica algo.

Y entonces la historia sigue.

Se hizo como el rey había ordenado y el primero de los amigos cruzó sano y salvo.

Esas son las dos clases de personas.

La primera sencillamente cruza sana y salva. Por lo general, nos gustaría preguntar cómo caminar por una cuerda floja. Una cuerda floja se tiende sobre un abismo. Es algo peligroso. Generalmente nos gustaría conocer el cómo, el método, el medio, la forma de cómo hacerlo. Nos gustaría saber el cómo, la técnica. Debe de haber una técnica. Durante siglos la gente ha caminado en la cuerda floja.

Pero el primero simplemente camina sin preguntar, sin ni siquiera esperar al otro. Esta es la tendencia natural: dejar al otro ir primero. Al menos así podrás observarle y ver aquello que puede serte de ayuda. No. El sencillamente caminó. Debe de haber sido un hombre de tremenda confianza, debe de haber sido un hombre de una confianza indestructible, debe de haber sido un hombre que aprendió una cosa en la vida: que solamente hay una forma de vivir y ésa es ,vivir, el experimentar. No hay otra forma.

No puedes aprender a caminar por la cuerda floja viendo cómo lo hace uno que camina en la cuerda floja. No, nunca. Porque el quid no está en algo tecnológico que puedas observar desde el exterior. Es cierto equilibrio interior que solamente conoce el que anda. Y no puede ser transferido. El no puede contárnoslo, no puede ser verbalizado. Nadie que sea capaz de caminar en la cuerda floja puede explicar a otro cómo se las arregla.

El hombre que fue en primer lugar debió de tener una profunda comprensión de su vida, de que la vida no es un libro de texto. No se te puede enseñar sobre esto. Has de vivirlo. Y debió de ser un hombre de una consciencia extraordinaria. No dudó, sencillamente caminó como si siempre hubiera estado caminando por la cuerda floja. Nunca antes había caminado por ella. Esa era la primera vez.

Pero para un hombre de consciencia todo es una primera vez y un hombre de consciencia es capaz de hacer cosas, aunque las haga por primera vez, de un modo perfecto. Su eficiencia no proviene de su pasado, su eficiencia proviene de su presente. Recuerda esto. Puedes hacer las cosas de dos maneras. Puedes hacer algo porque lo hayas hecho anteriormente, de modo que sepas cómo hacerlo. No necesitarás estar presente, podrás hacerla sencillamente de un modo mecánico. Pero si no lo has hecho antes y lo vas a hacer por primera vez, has de mantenerte tremendamente alerta porque no tienes experiencia alguna del pasado. Por eso no puedes confiar en la memoria; has de confiar solamente en la consciencia.

Esas son las dos formas de hacer las cosas. O bien funcionas desde la memoria, desde lo que sabes, desde el pasado, desde la mente, o funcionas conscientemente, en el presente, desde la no-mente.

El primer hombre debió de ser un hombre de no-mente, un hombre que sabía que simplemente has de mantenerte alerta y ver qué sucede. Y suceda lo que suceda, está bien. Un gran valor.

...y el primero de los amigos cruzó sano y salvo.

El otro, sin haberse movido aún, le gritó, «¿Dime amigo, ¿cómo te las arreglaste para cruzar?»

El segundo es la mente de la mayoría, la mente de las masas. El segundo quiere saber primero ..cómo cruzar. ¿Existe un método? ¿Existe alguna técnica que haya de aprender? Está esperando a que el otro se la diga.

El otro debió de ser uno que creía en el saber. El otro debió de ser uno que creía en la experiencia de los demás.

Esperar del saber de los demás es esperar en vano porque eso que te puede ser dado por los demás carece de valor alguno y aquello que posee un valor no puede ser dado ni transferido.

El primero le contestó, «No sé como lo hice, pero sólo sé una cosa: ...»

Aun habiendo cruzado, lo único que le dijo fue: «No sé cómo lo hice, solamente te puedo decir esto...» porque, en realidad, la vida nunca se convierte en conocimiento. Permanece siendo una experiencia, nunca conocimiento. No puedes verbalizarlo, conceptualizarlo, exponerlo en una detallada teoría. .

El primero le contestó, «No sé como lo hice, pero sólo sé una cosa: Cuando sentía que me iba hacia un lado, me inclinaba hacia el otro».

«Solamente puedo decirte esto: que hay dos extremos, la izquierda y la derecha y que cuando sentía que me inclinaba demasiado hacia la izquierda y perdía el equilibrio, me inclinaba hacia la derecha. Pero, de nuevo tenía que reequilibrarme porque me iba demasiado hacia la derecha y perdía otra vez el equilibrio. Y de nuevo tenía que inclinarme a la izquierda».

«Eso es todo. No es mucho. Así es cómo me equilibré, así es cómo me sostuve en el medio». Y en el medio está la gracia.

El Maestro está diciendo a sus discípulos, «¿Me preguntáis cómo debemos servir a Dios?» Lo estaba indicando con esta parábola: permaneced en el medio.

No os excedáis mucho ni renunciéis en exceso. No permanezcáis demasiado en el mundo y no escapéis de él. Mantened un equilibrio. Cuando sientes que te estás excediendo en demasía, inclínate hacia la renunciación, y cuando sientas que renuncias en exceso, que te estás convirtiendo en un asceta, inclínate de nuevo hacia la complacencia. Mantente en el medio.

Mantente en el medio. Nunca por la izquierda, nunca por la derecha. Simplemente en el medio.

Y en el medio surgirán destellos de equilibrio. Un punto -puedes entenderlo, puedes sentirlo- en el que no te estás inclinando hacia ningún extremo. Estás exactamente en el medio. En ese mínimo instante, de repente, surge la Gracia; todo está en equilibrio.

Y así es cómo uno puede servir a Dios. Permanece en equilibrio y así servirás a Dios. Permanece en equilibrio y Dios estará a tu alcance y tú estarás al alcance de Dios.

La vida no es tecnología, ni una ciencia. La vida es un arte, o sería mejor el llamarla una habilidad. Has de sentirla. Es cómo el caminar por la cuerda floja.

Siempre que estás en el medio, esa tensión desaparece, te vuelves líquido, fluido y dejas de obstaculizar el camino. Cuando estás en el medio dejas de estar obstaculizando el camino de Dios, o, déjame decírtelo así, cuando estás en el medio dejas de ser. Exactamente en el medio sucede este milagro: tú no eres nadie, tú eres una «nada».

Esta es la clave secreta que puede abrirte la cerradura del misterio, de la Existencia.

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