sábado, 4 de febrero de 2017

RE-EXAMINAR LA CULTURA Y RELIGION

El amor... ¿qué es el amor? sentirlo es fácil, pero definirlo es en verdad difícil. Si le preguntas a un pez qué es el mar, el pez dirá: «Esto es el mar, mira a tu alrededor... y esto es lo que es». Pero si insistes: «Por favor defínelo», entonces el problema resultará muy difícil.

Las cosas mejores y más bellas de la vida pueden ser vividas, pueden ser conocidas, pero son difíciles de definir, son difíciles de describir.

Esta es la desgracia del hombre: durante los últimos cuatro o cinco mil años el hombre se ha limitado a hablar y hablar del amor, de eso que debiera haber vivido intensamente, de eso que ha de ser vivido desde el interior. Ha habido grandes conferencias sobre el amor; se han cantado canciones de amor, se han entonado himnos devocionales en los templos e iglesias. ¿Qué es lo que no se hace para alabar el amor? Y aun así no hay lugar para el amor en la vida del hombre. Si examinamos detenidamente el lenguaje del hombre, veremos que no existe palabra más falsa que «amor».

Todas las religiones predican el amor, pero la clase de amor que predomina, la clase de amor que ha envuelto a la Humanidad como una desgracia hereditaria, sólo ha conseguido cerrar todas las entradas al amor en la vida del hombre. Y las masas idolatran como creadores del amor a los líderes de las religiones. Estos han sido los que han falsificado al amor, los que han secado todas las corrientes del amor. Respecto a esto, no existe diferencia básica en cuanto a actitud entre Oriente y Occidente, entre la India y América.

El manantial del amor aún no emerge en la vida del hombre. Esta situación la atribuimos al hombre mismo. Decimos que el amor no ha surgido, que no hay una corriente de amor en nuestras vidas debido a que el hombre se halla viciado. Culpamos a nuestra mente; decimos que la mente es venenosa. La mente no es veneno. Aquellos que están corrompiendo a la mente han envenenado al amor, no han permitido que el amor florezca. Nada es venenoso en este mundo. No existe nada que sea malo en toda la creación de Dios; todo es néctar. Es el hombre quien ha convertido todo el néctar en veneno. Y los mayores culpables de esto son los llamados profesores, los denominados santos y los políticos.

Reflexiona detenidamente sobre esto. Si esta enfermedad no es comprendida, si no es corregida ahora mismo, ni ahora ni en el futuro habrá posibilidades para el amor en la vida humana.

La ironía es que hemos aceptado ciegamente las justificaciones de este hecho, las cuales provienen de las mismas fuentes que son las culpables de que el amor aún no brille en el horizonte humano. Si se repiten, se reiteran, siglo tras siglo, los principios que nos hacen errar el camino, no lograremos ver la falsedad fundamental oculta tras los principios originales. Y entonces surge el caos, porque el hombre es intrínsecamente incapaz de convertirse en aquello que esas reglas antinaturales dicen que debería convertirse. Simplemente aceptamos que el hombre está errado.

He oído que en tiempos remotos, un buhonero de abanicos de mano solía pasar a diario frente al palacio de un rey, vociferando acerca de lo excepcionales y estupendos que eran los abanicos que tenía a la venta. Proclamaba que nunca nadie había fabricado ni visto abanicos como estos.

El rey tenía una colección de todo tipo de abanicos provenientes de todos los rincones del planeta. Sintió curiosidad y salió al balcón para ver al vendedor de tan extraordinarios y estupendos abanicos. Sin embargo, le pareció que los abanicos eran corrientes, a lo más, que valdrían una rupia cada uno, pero hizo llamar al hombre.

El rey preguntó: «¿Por qué son tan extraordinarios estos abanicos y cuál es su precio?»

El buhonero respondió: «Su Majestad, el precio no es muy alto. En comparación con la calidad de estos abanicos el precio es muy bajo. Cien rupias cada abanico».

El rey estaba asombrado. «¿Cien rupias? Estos abanicos que valen una rupia cada uno, pueden encontrarse en todas partes... ¿y pides cien rupias por cada uno? ¿Qué tienen de especial estos abanicos?»

El hombre dijo: «¡La calidad! Cada abanico está garantizado durante cien años. No se estropearán ni siquiera en cien años».

«Si me baso en su aspecto, parece imposible que duren ni siquiera una semana. ¿Estás tratando de engañarme? ¿Es esto un fraude total? ¿Y además al rey?»

El buhonero replicó: «¡Mi Señor! ¿Cómo me atrevería? Usted sabe muy bien, Señor, que paso diariamente bajo su balcón vendiendo abanicos... El precio es de cien rupias por abanico, y me hago responsable si no dura cien años. Me podéis encontrar todos los días en la calle. Y además, sois el soberano de estas tierras, ¿cómo podría estar a salvo si os engaño?»

El abanico fue comprado por el precio solicitado. Aún cuando el rey no confiaba, se moría de curiosidad por saber en qué se basaba el buhonero para hacer esas afirmaciones. Se le ordenó al hombre que se presentara después de siete días.

La varilla central se desprendió en tres días, y el abanico se desintegró antes de una semana.

El rey estaba seguro de que el hombre de los abanicos nunca se presentaría nuevamente. Sin embargo, para su completa sorpresa, el hombre se presentó por su propia voluntad tal como se le había requerido: a tiempo, al séptimo día.

«¡A su servicio, su Señoría!»

El rey estaba furioso: «¡Canalla! ¿Eres un bobo? Mira, ahí está tu abanico, todo roto. Este es el estado en que se encuentra después de una semana y tú me garantizaste que duraría cien años. ¿Estás loco o eres un gran timador?»

El hombre replicó humildemente: «Con las debidas excusas, parece ser que mi Señor no sabe utilizar un abanico. El abanico debe durar cien años. Está garantizado... ¿Cómo lo utilizó?»

«El rey le dijo: «¡Dios mío! ¡Ahora también deberé aprender a utilizar un abanico!»

«Por favor no se enfade. ¿Cómo llegó el abanico a este estado en siete días? ¿Cómo lo utilizó?»

El rey tomó el abanico y le mostró la forma según la cual uno se abanica.

Y el hombre dijo: «Ahora comprendo el error. No ha de abanicarse de esa forma».

«¿Qué otro método existe para abanicarse?»

El hombre le explicó: «Sostenga el abanico; manténgalo inmóvil frente a usted y luego mueva la cabeza de un lado a otro. El abanico durará cien años. Puede que usted muera, pero el abanico seguirá intacto. El abanico no tiene nada malo. Su forma de abanicarse es la que está equivocada. ¡Qué culpa tiene mi abanico! La culpa es suya, no de mi abanico».

¡La Humanidad, el hombre, es acusada de un error parecido! Observa nuestra Humanidad: El hombre se halla muy enfermo, consecuencia de cinco, seis o diez mil años de acumular enfermedad. Se afirma una y otra vez que es el hombre el que está mal, y no la cultura. El hombre se está pudriendo; la cultura es ensalzada. ¡Nuestra grandiosa cultura! ¡La grandiosa religión!... ¡Todo es grandioso! ¡y observa el resultado!

Afirman que el hombre está mal, que el hombre debiera cambiar. Y sin embargo, ningún hombre se pone en pie y cuestiona si las cosas son como debieran ser debido a que nuestra cultura y nuestra religión, que no han logrado llenar de amor al hombre desde hace diez mil años, están basadas en falsos valores. Y si el amor no se ha desarrollado en los últimos diez mil años, cree mi palabra de que no existe ninguna posibilidad futura de un hombre amoroso si nos hemos de basar en esta cultura y religión. Lo que no pudo lograrse en los últimos diez mil años no puede ser alcanzado en los próximos diez mil años, porque el hombre de hoy será el mismo que el de mañana. Aun cuando las capas externas de etiqueta, civilización y tecnología cambian de una época a otra, el hombre es y será siempre el mismo.

¡No estamos dispuestos a reexaminar nuestra cultura y nuestra religión, y sin embargo las ensalzamos a voz en grito y besamos los pies de sus santos y custodios! Ni siquiera estamos dispuestos a mirar atrás, a reflexionar acerca de nuestra forma de vida y el curso de nuestro pensamiento para verificar si no nos conducen por caminos equivocados, si es que no están totalmente errados...

Quiero decir que la base es defectuosa, que los valores son falsos. Prueba de ello es el hombre actual. ¿Qué otra prueba podría haber?

Al plantar una semilla, ¿qué conclusión extraemos si los frutos son venenosos y amargos? Se deduce que la semilla debe de haber sido venenosa y amarga... Pero, por supuesto, es difícil vaticinar si una semilla determinada producirá o no frutos amargos. Puedes observarla, mirarla por todos lados, presionarla, romperla, sin embargo, no podrás predecir con seguridad si los frutos serán dulces o no lo serán. Tendrás que esperar la prueba del tiempo.

Planta una semilla. Una planta brotará. Pasarán los años y crecerá un árbol que se elevará más y más, sus ramas se extenderán hacia el cielo, dará frutos... y sólo entonces podrás saber si la semilla que plantaste era o no era amarga. El hombre moderno es el fruto de estas semillas de cultura y religión que fueron plantadas y nutridas hace diez mil años. Y este fruto es amargo, lleno de conflictos y sufrimiento.

Y sin embargo nosotros somos los que alabamos estas semillas y esperamos que el amor florezca de ellas. Eso no va a ocurrir, lo repito, porque la posibilidad misma de que el amor surja ha sido destruida por la religión. La posibilidad ha sido envenenada. Más que en el hombre, podemos ver el amor en las aves, animales y plantas; en aquellos que no tienen religión ni cultura. Podemos ver más amor en el hombre incivilizado, en un montañés subdesarrollado, que el que podemos encontrar en el mal llamado progresivo, culto y civilizado hombre actual. Y os lo recuerdo, los aborígenes no han desarrollado civilización, cultura o religión.

¿Por qué el hombre se está volviendo cada vez más estéril respecto al amor cuanto más civilizado, culto y religioso es, cuanto más acude a orar a templos e iglesias? Existen motivos, y quisiera discutirlos. El manantial perenne del amor podrá brotar si logramos comprender esto. Sin embargo, ahora está cubierto de piedras: no puede fluir. Está cerrado por todos lados, y el río Ganges no puede salir a borbotones, no puede fluir libremente.

El amor se halla en el interior del hombre. No es necesario importarlo desde el exterior. No es una mercancía que debamos adquirir en algún mercado. Está allí, como la fragancia de la vida. Está en el interior de todo el mundo. La búsqueda del amor, la aspiración de alcanzarlo, no es una acción positiva o un acto abierto de acudir a un lugar determinado y extraerlo...

El amor se halla en nuestro interior. El amor es nuestra naturaleza intrínseca. Es un completo error pedirle al hombre que dé amor. El problema no consiste en crear amor, sino en indagar y descubrir los motivos por los cuales no logra manifestarse. ¿Cuál es el obstáculo, la dificultad? ¿Dónde está el dique que lo refrena?

Si no existen barreras, el amor aparecerá. No es necesario persuadirle o guiarle. Cada hombre se hallará lleno de amor si no existen barreras de falsa cultura o de tradiciones degradantes y dañinas. Nada puede sofocar al amor. El amor es inevitable. El amor es nuestra naturaleza.

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