sábado, 11 de marzo de 2017

LA PERFECCIÒN Y EL AMOR

El otro día leí esta declaración: “Perfeccionista es el que recibe un gran dolor y devuelve un dolor aún mayor”.

¡Y el resultado es un mundo desgraciado!

Nuestra educación misma es tan neurótica, tan psicológicamente enferma que destruye toda posibilidad de crecimiento interior. Desde el principio te enseñan a ser perfeccionista y naturalmente le vas aplicando tu perfeccionismo a todo, hasta al amor.

Todo el mundo trata de ser perfecto. Y cuando alguien empieza a tratar de ser perfecto, también empieza a esperar que todos los demás sean perfectos. Se convierte en un censor; empieza a humillar a la gente. Eso es lo que vuestros mal llamados santos han estado haciendo a través de los tiempos. Eso es lo que vuestras religiones os han estado haciendo: envenenando vuestro ser con la idea de la perfección.

Al no poder ser perfecto, empiezas a sentirte culpable, te pierdes el respeto a ti mismo. Y el hombre que se ha perdido el respeto a sí mismo pierde toda dignidad de ser humano. Tu orgullo ha sido aplastado, tu humanidad ha sido destruida por bonitas palabras como perfección.

El hombre no puede ser perfecto.

Sí, hay algo que el hombre puede experimentar, pero está más allá de la concepción del hombre corriente. Hasta que el hombre corriente no experimente también algo de lo divino, no podrá conocer la perfección.

La perfección no es como la disciplina; no es algo que se pueda cultivar. No es algo que tengas que practicar. Pero eso es lo que se le enseña a todo el mundo, y el resultado es un mundo lleno de hipócritas que saben perfectamente bien que están huecos y vacíos pero siguen aparentando toda clase de cualidades que no son otra cosa que palabras vacías.

Cuando le dices a alguien “te amo”, ¿has pensado alguna vez qué quieres decir? ¿Es tan sólo el capricho biológico entre los dos sexos? Si es así, una vez que hayas satisfecho tu apetito animal todo ese seudo amor desaparecerá. Y empezarás a pensar cómo deshacerte de esa misma mujer que antes te parecería la más hermosa del mundo o de ese hombre que te parecía el mismísimo Alejandro Magno.

Si realmente quieres conocer el amor, olvídate del amor y acuérdate de la meditación. Si quieres tener rosas en tu jardín olvídate de las rosas y cuidad el rosal. Nútrelo, riégalo, cuida de que reciba la cantidad adecuada de sol y de agua. Si se cuida de todo, a su debido tiempo brotarán las rosas. Antes no puedes traerlas, ni forzarlas a abrirse antes, ni pedirles que sean más perfectas.

¿Has visto alguna vez una rosa que no fuera perfecta? ¿Qué más quieres? Cada rosa en su singularidad es perfecta. Danzando al viento, bajo la lluvia, bajo el sol… ¿No ves su tremenda belleza, el gozo absoluto? Una rosa cualquiera irradia el esplendor oculto de la existencia.

El amor es como una rosa en tu ser. Pero cultiva tu ser; desecha la oscuridad y la inconsciencia. Hazte cada vez más despierto y consciente, y el amor vendrá por sí solo, a su debido tiempo; y siempre que viene es perfecto. Tú no necesitas preocuparte de eso.

Yo te enseño a ser más consciente, el amor vendrá según te vayas haciendo más consciente. Es un huésped que llega inevitablemente a aquellos que están listos y preparados para recibirle. Tù no estás preparado ni para reconocerle…

Si el amor llega a tu puerta, no le reconocerás. Si el amor llama a tu puerta, puedes encontrar mil y una excusas; puedes pensar que es un golpe de viento o cualquier otra cosa. No abrirás la puerta. Y aunque la abras no lo reconocerás porque nunca antes le has visto; ¿cómo vas a reconocerlo?

Sólo puedes reconocer algo que ya conoces. Cuando llega el amor por primera vez y llena tu ser, te deja absolutamente abrumado y perplejo; no sabes lo que está pasando. Sabes que tu corazón danza, que te rodea una música celestial, descubres fragancias que nunca antes habías conocido. Pero poner todas estas experiencias en orden y recordar que quizá esto es el amor, lleva tiempo. Va penetrando poco a poco en tu ser.

El amor no se encuentra en la poesía. Sé por experiencia propia que la gente que escribe poesía no sabe lo que es el amor. Yo conozco personalmente a algunos grandes poetas que han escrito poesías preciosas acerca de él y sé que nunca lo han experimentado. De hecho sus poemas no son más que sustitutos, consolaciones; creen conocer el amor porque escribe acerca de él, y se engañan a sí mismo y a los demás.

Sólo los místicos conocen el amor. Aparte de los místicos no hay otra categoría de seres humanos que lo hayan experimentado. El amor es absolutamente monopolio de los místicos. Si quieres conocer el amor tendrás que entrar en el mundo de los místicos.

Jesús dice: “Dios es amor”. Él formó parte de una escuela mística, los esenios, una antigua escuela de misticismo. Pero quizá no llegó a graduarse, porque lo que dice no es correcto. Dios no es amor, el amor es Dios, y la diferencia es inmensa, no es sólo un cambio de palabras.

Cuando dices Dios es amor, simplemente dices que el amor es sólo un atributo de Dios, también es compasión, también es perdón. Puede ser millones de cosas además de amor; el amor sólo es uno de los atributos de Dios. Y de hecho hasta reducirle a un pequeño atributo de Dios es irracional e ilógico, porque si Dios es amor no puede ser justo; si Dios es amor, no puede ser tan cruel como para arrojar a los pecadores al infierno eterno. Si Dios es amor, no puede ser la ley.

Un gran místico sufí, Omar Khayyam, muestra la siguiente comprensión del amor, dice: “Seguiré siendo yo mismo. No haré ningún caso a los sacerdotes y predicadores, confío en que el amor de Dios sea lo bastante grande. Así que, ¿por qué preocuparme?; nuestros pecados, al igual que nuestros brazos, son pequeños. Nuestra capacidad no es tan grande; ¿cómo vamos a cometer pecados que Dios no pueda perdonar? Si Dios es amor, no puede estar presente el día del juicio final para poner a un lado a los santos y enviar al infierno por toda la eternidad a los millones y millones de personas restantes”.

Las enseñanzas de los esenios eran justamente opuestas; Jesús les cita erróneamente. Quizá no compartía profundamente sus enseñanzas. Lo que él enseñaba era: “El amor es Dios”. Lo cual es completamente diferente. Así Dios se vuelve sólo un atributo del amor; así Dios se vuelve sólo una cualidad de la maravillosa experiencia de aquellos que han conocido el amor; así Dios se vuelve secundario respecto al amor. Y para mí, los esenios tenían razón.

El amor es el valor supremo, la plenitud final.

No hay nada más allá de él.

Por eso no puedes perfeccionarlo.

De hecho, antes de alcanzarlo tendrás que desaparecer. Cuando el amor esté tú no estarás.

Un gran místico oriental, Kabir, tiene una expresión muy significativa; una expresión que sólo ha podido ser construida por alguien que ha experimentado, que se ha realizado, que ha entrado en el santuario interior de la realidad suprema. La expresión es: “He buscado la verdad, pero resulta extraño decir que mientras el buscador estaba, la verdad no se hallaba. Cuando se hallaba la verdad, el buscador ya no estaba; y cuando el buscador estaba, la verdad no estaba en ninguna parte”.

La verdad y el buscador no pueden existir juntos.

Tú y el amor no podéis existir juntos.

No hay coexistencia posible: tú o el amor, puedes elegir. Si estás preparado para desaparecer, disolverte y fundirte dejando detrás sólo una consciencia pura, el amor florecerá. No puedes perfeccionarlo porque no estarás presente. Y además no necesita perfección; siempre que viene, viene perfecto. Pero amor es una de esas palabras que todo el mundo usa y nadie comprende. Los padres dicen a sus hijos: “Te amamos”; y son ellos mismos los que destruyen a sus hijos, los que les inculcan a sus hijos toda clase de prejuicios, toda clase de supersticiones muertas. Es la misma gente que carga a sus hijos con el fardo de la basura que han cargado durante generaciones y van trasfiriéndolo de una generación a otra. La locura continúa… se hace monótona.

Sí, todos los padres creen que aman a sus hijos. Si realmente les amaran, no querrían que fuesen como ellos, porque ellos son desgraciados y nada más. ¿Cuál es la experiencia de su vida…? Pura miseria y sufrimiento. La vida no ha sido una bendición para ellos, sino una maldición. Y aún así quieren que sus hijos sean como ellos.

Tus padres te quieren y te dicen que les tienes que querer porque son tus padres. Es un extraño fenómeno y nadie parece darse cuenta; que seas madre no significa que tu hijo te tenga que querer. Tendrás que ser cariñosa; ser madre no es suficiente. Puede que seas padre, pero eso no significa que automáticamente seas cariñoso. Que seas padre no es suficiente para crear un inmenso sentimiento de amor en el niño.

Pero se cuenta con ello… y el pobre hijo no sabe qué hacer. Empieza a fingir; es la única salida. Empieza a sonreír cuando no hay sonrisa en su corazón; empieza a mostrar amor, respeto y gratitud, pero todo es falso. Ya desde el principio se convierte en un actor, un hipócrita, un político. Vivimos todos en este mundo donde los padres, los profesores, los sacerdotes, todo el mundo, te ha corrompido, te ha sacado de tu sitio. A este centrarse yo le llamo meditación.

Quisiera que simplemente fueras tú mismo, con un gran respeto por ti mismo, con la dignidad de saber que la existencia te necesita; entonces puedes empezar a buscar por ti mismo. Primero vuelve a tu centro, luego empieza a indagar quién eres.

Conocer el verdadero rostro de uno mismo es el principio de una vida de amor; de una vida de celebración. Serás capaz de amar inmensamente porque el amor es inagotable, inmensurable, no se puede acabar. Y cuanto más lo das, más capacidad de dar tienes.

La mayor experiencia de la vida es cuando simplemente das sin condiciones, sin esperar nada a cambio, ni un simple “gracias”. Por el contrario, un auténtico, un verdadero amante se siente en deuda con la persona que ha aceptado su amor. Podría haberlo rechazado.

Cuando empieces a dar amor con un profundo sentimiento de gratitud hacia todos aquellos que lo acepten, te sorprenderá haberte convertido en un emperador; ya no eres un mendigo con una escudilla, llamando a todas las puertas. Y aquellas personas a cuyas puertas llamas no pueden date amor; ellos mismos son mendigos.

Para mí, este es el estado de iluminación, el amor puro. Y excepto el amor, no hay Dios.

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